domingo, 28 de agosto de 2011

No anda pero... ¡qué pinta que tiene!


Esta vez traigo una anécdota que me resultó graciosa y que pienso que puede servir para que reflexionen sobre la tecnología y el lugar que muchas personas le dan.
       Yo iba en el ómnibus hacia el Shopping Punta Carretas.  Al lado mío se sentó una chica, muy cheta ella, que enseguida sacó un IPhone.  Yo que sólo lo conozco de verlo en fotos me puse a mirar (disimuladamente, of course).  La interfaz, los íconos, el tamaño, todo era un IPhone pero  ¡oh - oh!  no tenía manzanita.  Un producto de Apple sin manzanita no existe, no es de Apple.  Entonces me di cuenta que era uno de esos símil IPhone chinos, sin marca, que se venden por el centro, a U$D100 o menos.  Entonces me dediqué a lo mío, que es mirar por la ventana.  Pero no pude evitar oírla hablar y escucharle lo que decía porque no hablaba precisamente en susurros.  Y de repente caí en la cuenta de que cada dos por tres repetía  "Si no se me corta..."  Yo pensé que tendría poca tarjeta o algo así, y seguí en lo mío, pero cuando sentí un abrupto silencio me di vuelta a ver qué había pasado.  Entonces vi que la chica sacudía el celular.  Al rato se prendió solo y volvió a llamar.  Siguió hablando y repitió otra vez "Si no se me corta..."  Entonces empecé a sospechar que la cosa iba por otro lado que no era el saldo.  La miré y vi que sacudía otra vez el celular, se prendía pero no lograba llamar.  Entonces se puso a escribir un sms y ahí, en medio del mensaje se le apagó.  Lo sacudió una y otra vez y apretó el botón de cortar y finalmente, como de mala gana, se encendió de nuevo.  Siguió escribiendo.  Se le apagó.  Sacudón.  Volvió a encender.  Siguió escribiendo y mandó.  Yo me di vuelta a mi ventana.  Pero ella no guardó el celular ¡no, qué va!  Llamó por teléfono a otra persona.  ¡Y adivinen qué!  Se le apagó y tuvo que esperar a que la llamasen.  Y luego se le volvió a apagar.  Mandó otro mensaje salpicado de apagones y sacudones.  Y volvió a hablar por teléfono alternando la conversación con los apagones y sacudidas.
Se bajó en el shopping igual que yo, creo que trabajaba en una de las tiendas.  La vi alejarse mirando su IPhone trucho con concentrada preocupación.
         Y yo pensé:  Si hubieras comprado tecnología en lugar de status social, te hubieras ahorrado un montón de dolores de cabeza.  
         Siempre he sido enemiga de la falsa oposición entre belleza y utilidad.  Se pueden tener ambas cosas y yo siempre las he buscado y las he conseguido.  Tanto en la tecnología como en otros ámbitos de la vida, como muebles, autos o lo que sea.  No seré yo quién diserte sobre éso.
Pero sí una pequeña reflexión sobre los valores que se le cargan a elementos tecnológicos que en realidad están ahí para simplificarnos la vida y nada más.
         Entre los U$D100 y los U$D200 hay montones de celulares de un aspecto divino, con una preciosa interfaz y pila de características cool.  De hecho, yo tengo un smartphone que anda por los doscientos, doscientos y algo de dólares y es espectacular en todo sentido.  Y tiene marca.  Todos ellos tienen marca.  Y no es por ser cholulo, la marca es un tema que no tiene que ver con que "queda bien comprar de marca", si no con tener la seguridad de que funcione.  Y de que si tenés un problema cualquiera, mañana o pasado, tengas un respaldo, un lugar donde validar la garantía, donde hacer valer tus derechos de comprador.
Pero si lo que se valora socialmente  (al menos en ciertos círculos)  es tener un Blackberry o un IPhone porque sí, porque es caro y es cool  (como en otra época se valoró tener un V3 o un V8, por los mismos motivos),  se deja de lado el objetivo principal de esos aparatos que es el de simplificar la vida y cumplir con determinadas tareas que algunos necesitan y muchos no.  No es importante tener un gran celular.  Es importante tener determinado celular.  No importa si hay otros más lindos, mejores o más útiles.  Ni siquiera importa si hay otros iguales a esos, la cuestión es tener ésos.  Y si no podés tenerlo, comprar uno que engañe y simule ser uno de esos.
Y si una persona a la hora de comprar, en lugar de comprar para sí misma preguntándose sinceramente qué es lo que precisa y qué quiere hacer con el dichoso aparatito, compra pensando en los demás, en que la miren con admiración porque creen que tiene un equipo que en realidad no tiene...   Lo que terminará comprando esa persona es un problema y no una solución.  Y encima viviendo una mentira.

Como la chica que se sentó al lado mío en el ómnibus.






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